martes, 12 de abril de 2016

Operadores



Con una sola mano me desaté los cordones. Descalzo, me recosté boca arriba en el espacio que me tenían reservado. El operador cerró la escafandra. De allí en más sólo podría ver el mundo a través de una pequeña ventana.



Encerrado y con la mirada fija hacia arriba decidí cerrar los ojos. Conocía el procedimiento, sabía que volvería, pero en el entrenamiento habían puesto un requisito: no se admitirían claustrofóbicos. Yo desconocía si padecía el trastorno pero, por las dudas, no quise comprobar cómo mi espacio visual se limitaba a un tubo color crema a 20 centímetros de mi pequeña ventana.




Sentí que me deslizaba hacia atrás, como si fuera un pistón empujado dentro del cilindro por una fuerza que no provenía de la combustión sino de la energía eléctrica. De pronto comenzaron los ruidos y si bien sabía de qué se trataba, tuve algún temor. Mi imaginación vital sólo llegaba hasta la ventana de mi escafandra y el cilindro. Fue entonces cuando aparecieron.



Yo seguía con los ojos cerrados, pero pude verlos. Eran dos, cubiertos con sus trajes color crema. No tenía cómo saber su género, aunque por algunos movimientos pude adivinar que a mi izquierda estaba ella y a la derecha trabajaba él.



Escuchaba los sonidos de las herramientas que emergían sucesivamente como si sus manos fueran navajas suizas. Crip, crip y mi cerebro ordenó al brazo izquierdo relajarse cuando una puerta de revisión se abrió a unos 20 centímetros de la muñeca. Allí ella corrió algunos cables que se desplazaron con un siseo parecido al de una serpiente.



Tom, tom y sentí una ligera agitación en la zona occipital. Mi pierna derecha no dolía, pero pude ver que él cambiaba algún dispositivo en la rodilla. Trak…se cerró la tapa y llegó cierta sensación de alivio. Quería que todo terminara, pero los ruidos seguían apareciendo mientras ellos hacían su trabajo.

 

Calculé mentalmente el tiempo. Unos 20 minutos, con destornilladores que abrían tapas, manos enguantadas que cambiaban conexiones, quitaban dispositivos y los reemplazaban por otros. Yo, dentro de mi tubo, con la escafandra.



Ya estaba resignado cuando observé que cerraban todas las tapas. Por primera vez percibí que sonreían satisfechos. El color desapareció, los ruidos cesaron, el tubo-pistón comenzó a correrse. Abrí los ojos y pude ver mi propia salida como si fuera un parto.



“Listo, en una semana están los resultados”, me dijo el que me había atendido al ingresar. Bajé de la máquina, volví a calzarme, saludé y salí a través del cubículo que llevaba a la puerta. Caminé unos metros y probé elongar mi pierna derecha mientras con mi mano izquierda buscaba la punta del pie. Tuve la sensación de que no hacía falta el informe de la resonancia. Me sentía mucho mejor, los dolores se habían ido.     

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