sábado, 13 de abril de 2013

Control central



Antes de que alguien lo pregunte, escribí todo sin puntos aparte para dar mayor dinamismo, para tratar de imitar una secuencia que es compleja y al mismo tiempo veloz.
 
De repente se tiró en la cama sin siquiera sacarse los zapatos marrones que había comprado la semana anterior. Estaba cansado y la sensación de que el colchón se hiciera cargo de sostenerlo le causó un placer que sus sentidos reconocieron rápidamente. Sus músculos comenzaron a relajarse. Como siempre, sintió un leve mareo hasta que sus corpúsculos del oído interno se acomodaron. Tenía las piernas cruzadas, la izquierda abajo y la derecha arriba, ligeramente inclinadas hacia un lado para no poner los zapatos sobre el acolchado. Una señal de alarma le indicó que allí había un problema. El cerebro envió un mensaje y comenzó a incorporarse. Sus brazos se adelantaron para sacarse los zapatos. Cuando el complejo de músculos de su mano intentó deshacer los nudos, se encontró con dificultades. El comando central evaluó la situación y resolvió obviar la operación y quitarlos de un tirón. La sensación fue agradable. Volvió a adoptar la posición horizontal, esta vez con los pies sobre el acolchado. Comenzó el operativo para relajar todo el cuerpo. Se encendieron varias luces amarillas en músculos de diversos puntos. Para el control central eso significaba que había que aplicar técnicas de relajación. El sistema respiratorio se adecuó con una frecuencia más lenta y aspiraciones más profundas. Los impulsos que partieron desde el cerebro avanzaron por las fibras que se despliegan a los lados de la columna vertebral. Llegaron rápidamente a varios destinos. Los músculos extensores de ambas piernas comenzaron a relajarse. Había sido una jornada muy larga de trabajo, especialmente en el colectivo 42, porque los extensores son los más importantes en la posición erecta. Los pequeños músculos de los pies también fueron perdiendo tensión. Cada vez que una luz amarilla trocaba a verde en el panel central se registraba una sensación de alivio. Sobre las clavículas los músculos estaban tensos. El esfuerzo para mantenerse en posición vertical en el colectivo había provocado varias contracturas en ambos lados. De a poco el alivio fue convirtiéndose en placer. Sus párpados cayeron o, en rigor, se adelantaron porque estaban en posición horizontal. La luz ambiente permaneció en sus retinas durante varios segundos, hasta que la oscuridad se impuso. La respiración se hizo más suave, pero ahora era de manera involuntaria. El cuerpo se había relajado y la tarea del cerebro también se aligeró. El sueño se estaba apoderando del control central, donde una parte importante de las neuronas pidieron permiso para tomarse un descanso. Sólo quedó activo el equipo de guardia. Estaba a punto de dormir, las condiciones eran ideales. Los sonidos del ambiente parecían alejarse gradualmente, como si estuviera sumergido en una pileta. La realidad y la ficción del sueño se entremezclaron. Sintió que estaba en el mar, con olas suaves y cálidas que acariciaban su cuerpo tirado sobre la arena.  Se levantó y caminó por la playa con la mirada ligeramente hacia abajo, para ver cómo sus pies dibujaban huellas que el agua impregnada en la arena deshacía rápidamente. Sintió deseos de nadar y se dejó llevar. Su cuerpo comenzó a caminar hacia el horizonte y el mar cálido lo aceptaba con leves caricias. Había avanzado lo suficiente como para tener que nadar si quería seguir respirando. Las terminales nerviosas de sus pulmones mandaron la señal de alarma hacia el cerebro. Sus reflejos se activaron y se mantuvo a flote. Rápidamente se acomodó y comenzó a nadar. Sentía un enorme placer y lejos de contraerse, sus músculos se relajaban, salvo los que seguían
trabajando automáticamente y los que se ocupaban de la natación. Pero algo pasaba en alguna parte de su cuerpo, una luz amarilla se había encendido. Siguió nadando, era todo demasiado placentero como para parar. La luz amarilla se convirtió en roja. Activó todos los mecanismos para resolver el problema. Se trataba de una de las funciones automáticas. Sus ojos se abrieron, sus músculos se activaron rápidamente, pasó por una posición intermedia hasta que se paró. Caminó unos metros. El cerebro estaba convulsionado y quería resolver el problema de emergencia. Sin embargo, un grupo importante de neuronas ya estaba planeando lo que haría al salir del baño. Otra vez el placer de adoptar la posición horizontal, nuevamente el sueño y, de ser posible, nadar en el mar cálido. O vivir otra aventura.