jueves, 22 de septiembre de 2011

La cena y el póster

Marisa no es una chica común. Tiene 34, aparenta 28 y come como si tuviera 21. La cena transcurrió por sus carriles normales. El salmón,  más que ahumado, parecía aromatizado por el vapor de la pintura que la renovación del departamento había dispersado por el ambiente.

Las miradas convirtieron a la noche en un momento especial, sobre todo cuando el plato se agotaba y el cabernet sauvignon pedía con un sonido tenue de aguas agitadas la llegada del postre. A ninguno de los dos le importaron las reglas enunciadas por los enólogos y el tinto fue una buena compañía. Pensamos otra vez en el postre. Lo que no sabíamos era que la convocada no era la terrina de castañas sino una lámina que el portero iba a traer prolijamente preparado unos días atrás por una ignota empresa que comercializaba imágenes. El cartero lo había dejado por la tarde.


La lámina estaba destinada a un poster y si bien era un asunto postrer al fin de la cena no dejó de ser un tema de conversación. ¿Qué hacía un futuro póster con formas irregulares y regulares en medio de la cena? Es que una vez enmarcada combinaría perfectamente con el Berni y su Juanito Laguna, ambas reproducciones, por cierto, pero que representaban formas poco regulares para la lógica común, sobre todo en el living pintado con un criterio menos común todavía. Juanito era humilde, lo otro era una forma, como la pobreza. Juanito es colorido. El otro no. Sin embargo, parecen hechos el uno para el otro. Los irregulares se atraen.

Marisa entendió que un tipo que renueva su casa tiene sus compromisos. Pero ninguno de los dos pensó en compromisos. La mirada se posó sobre sus ojos oscuros, su tez mate y su voz sugestiva. Me pregunté si sabía o si se daba cuenta de lo nervioso que estaba frente a una joven que parecía más joven. Ella se preguntó  si sus 34 años eran suficientes para entenderse con un hombre maduro que había crecido, pero sobre todo vivido.

Nos miramos con deseos de guardar el póster y hasta el postre para otro momento. El champagne seguía al cabernet sauvignón y si bien yo sabía dónde estaban las copas, ninguno de los dos sabía cuál sería su destino. El postre se quedó esperando y tuvo destino de desayuno. El poster se quedó desplegado sobre el sofá recién estrenado y a pesar de su tonalidad gris casi hacía juego con el carmín de la tela.

Las luces no se apagaron porque había mucho para ver, sobre todo los interruptores, que no son fosforescentes. Sus ojos oscuros combinaban con su flequillo cortado recto y horizontal y el piercing en la fosa nasal derecha dejó de impresionarme. Ya me resultaba simpático o sería porque ella en conjunto me atraía.

Hablamos. Es un decir. Hubo algo de música y para sorpresa mía nos pusimos pronto de acuerdo. La Mancha, Cielo Raso, Papo, Gieco, Celeste e Intoxicados fueron pasando como si una tribuna los aclamara. Andrés Calamaro, discutido y amado hizo el Río Manso y la memoria agitó las aguas. Ella dijo, él dijo. La ciudad ardió.

Había música pero casi no escuchábamos. El salmón nos había acompañado durante la cena. Ahora el otro salmón estaba haciendo de las suyas. Por momentos oíamos la música, pero casi no la escuchábamos. Ataque hablaba de la gente que habla sola. Spinetta se preguntaba por Ana y su sueño. Calamaro temía que la flaca le clavara sus puñales. 

Todos sonidos vacíos, como las copas y la clase que nos había juntado. El poster y el postre quedaron esperando una mejor ocasión, uno en la heladera y otro sobre el sofá. Anoche fue una noche para recordar